Por cuestiones de programación nuestro espacio televisivo, TÚ TAMBIÉN CUENTAS, no podrá ser emitido hoy día 16 de octubre.
En su defecto y como adelanto os hacemos la entrega del siguiente recuerdo,
ARCHIVO DE VOZ en colaboración con el CS Personas Mayores del IMAS, Taller de Animación a la Escritura y Lectura.
Fuensanta Riquelme Martínez, nacida el 8 de junio de 1944 en Molina de Segura
LOS OLORES DEL PUEBLO
Muy pequeña yo, al despertar casa de mi abuela, olía a pan recién hecho. En la calle de San Juan estaba el horno de Teresa, la Marraja, y en la calle de San Francisco, el horno de Trompica, ambos cerca de mi casa.
Mi abuela se cayó un día, se recalcó la muñeca y me dijo que tenía que amasar yo. En la casa había un cuarto especial para hacer esta tarea y guardar sus utensilios: la artesa, las cerneras, el cedazo (ciazo), y el celemín que era para medir la harina. Como tenía huerta y sembraba trigo, llevaban el grano al molino; aquella harina había que cernerla.
Me decía “lávate las manos” y me ponían un pañuelo en la cabeza; colocaban la artesa y, como apenas alcanzaba a ella, ponían el celemín boca abajo para que me subiera y, así, poder hacerlo mejor. Cernía la harina; en el cedazo se quedaba el salvado (salvao para las gallinas); mi tía calentaba agua (que no quemara), recogía la harina en un lado de la artesa, ponía la creciente, echaba el agua, un poco de sal y amasaba poco a poco; ella estaba a mi lado y me iba diciendo “métele un poco más de harina” hasta que la masa no se pegaba en mis manos; hacía como un pan grande y le hacía una cruz. La masa se tapaba con las maseras y una manta del arca de colores, y se dejaba unas horas.
A media mañana, miraba la masa para ver si se había hecho; si era así, de nuevo me ponía el pañuelo en la cabeza, me lavaba las manos e iba cortando la masa a trocitos para hacer panes pequeños que ponía en la tabla del pan; después avisaba al hornero para que se lo llevara a cocer, porque yo no podía con aquella tabla tan pesada; y así aprendí.