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Los Reyes Magos ya han llegado al Archivo Municipal. Nos han traído un regalo: «El centenario del sacristán JUAN SANDOBAL BERNAL»

Dentro de nuestro proyecto ARCHIVO DE VOZ hemos recibido el testimonio de José Miguel Sandoval García homenajeando a su padre, Juan Sandoval Bernal.
La familia de los Sacristanes son un indispensable para la historia de Molina de Segura.
Un escrito realizado con el rigor del investigador, enriquecido con las connotaciones del que comparte lo que ha vivenciado.
Nuestros agradecimientos a Jose Miguel y FELIZ NAVIDAD A TODOS.

«EL CENTENARIO DEL SACRISTÁN JUAN SANDOVAL BERNAL


(1922-2022)
Hoy, martes 29 de noviembre de 2022, he bajado a Molina. Al aparcar cerca
del Archivo Municipal, he entrado a pedir una documentación. He disfrutado
encontrándome con las tres señoras que hace doce años conocí aquí, trabajando.
Y en la conversación ha salido este tema. Para que lo dé a conocer me han ofrecido
poder publicar en su página informática.
He decidido obedecerlas, sobre todo pensando en que ya se acerca la Navidad.
Estas fechas fueron para mi padre lo más disfrutado de todo el año. Vivió
intensamente la Navidad y en ella abandonó este mundo.
Así, pues, quiero hacer un homenaje a mi padre y ofrecer a quienes lean estas letras algo de su vida.
Recordamos hoy a Juan Sandoval Bernal, en el año del centenario de su nombramiento como sacristán de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Molina. Bajo aquellas bóvedas y entre los muros en que durante tantas décadas resonó su voz y sobre el suelo por donde guio sus pasos; en el escenario de su actividad profesional.
Rendimos un homenaje al servidor de la parroquia y del pueblo.
Al sacristán, celoso en el cuidado de sus funciones, ayudado por su familia en tantos trabajos; respetuoso con los muy diversos sacerdotes que pasaron por esta parroquia en tantas décadas … y rodeado por multitud de monaguillos que a lo largo de los años aprendieron con él y sintieron el afecto de su trato.
Al administrador fiel en las actividades del archivo parroquial, para lo que gozó, como sus predecesores, del honroso título de Notario Eclesiástico recibido en el año 1930 del obispo Vicente Alonso Salgado; y que incluyó durante muchos años la administración del cementerio parroquial … y de las propiedades de la iglesia.
Al organista entusiasta, que desde el coro ayudaba a realzar las solemnidades del calendario litúrgico, dando a esta parroquia días de esplendor, sobre todo en las celebraciones de Semana Santa, en las fiestas patronales de la Virgen de la Consolación …. y, de manera muy especial, en Navidad; y acompañando con su canto las alegrías de los feligreses en bodas y bautizos o dulcificando el dolor en la despedida de los difuntos, facilitando así que todos se sintieran acogidos y reconfortados.
Junto al servidor de la Iglesia, encarnada en esta parroquia de Molina, honramos también al hombre.
Miembro de una familia largamente vinculada a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, desde aquel 17 de enero de 1769 en que los jóvenes venidos desde Alcantarilla, Alejo Sandoval, maestro de sastre, y su mujer María Palazol, hicieron las velaciones de su matrimonio. Y Aquí nacieron sus hijos.
Uno de ellos, también llamado Alejo, (Molina 1780-Alguazas 1860), se formó desde muy niño en esta parroquia de Molina. Todo comenzó en aquel lejano año de 1788, cuando el día 22 de noviembre figura como testigo en una boda y en un bautizo, celebrados por el presbítero D. Fernando Mondéjar, sacristán de la Parroquia e hijo de fallecido sacristán D. Francisco Mondéjar. Estoy hablando de nuestro tatarabuelo Alejo Sandoval Palazol, que en aquel momento tenía 8 años. Y siguió apareciendo constantemente hasta febrero de 1801, lo que es una prueba evidente de que fue, al menos, un dependiente de esta Parroquia de la Asunción, donde vivó un verdadero aprendizaje. Y en aquel mes de febrero de 1801, se trasladó a Alguazas para ser allí sacristán de la Parroquia de San Onofre hasta su muerte en 1860. Sin duda debió influir el nuevo cura propio de esta villa de Molina, Don Francisco Moreno, llegado aquí en julio de 1800 desde la parroquia de San Onofre de Alguazas. Vería en el joven Alejo las cualidades que eran necesarias para el servicio a la sacristía y la música: sería el sacristán, el organista de ese hermoso órgano que todavía se conserva y también notario eclesiástico. Allí se casó y nacieron sus hijos. Dos de ellos serían sacristanes: Ceferino, que le sucedió en Alguazas (y a éste, también en la parroquia de san Onofre, su hijo Joaquín Sandoval Fenollar); y José Miguel.
Este José Miguel Sandoval Martínez-Zapata, nacido en Alguazas en 1816, emprendió el camino inverso de su padre en el año de 1837. También con 21 años vino desde Alguazas a Molina para ejercer como primer sacristán (pues había otro segundo sacristán) y organista de esta Parroquia de la Asunción. Al igual que su padre, había hecho un largo aprendizaje desde niño, destacando su faceta de MÚSICO-ORGANISTA.
Desde el principio aparece como Don José. Y siempre conservó el respeto social, como una persona que resultó ser un servidor público: notario eclesiástico en la parroquia y Secretario del Ayuntamiento en varias ocasiones, como cuando él escribió y firmó el Acta de la Sesión inaugural del primer ayuntamiento elegido por sufragio universal en 1869) y también escribiente de la secretaría. En parte, esta actividad se debió a la necesidad económica de mantener una familia tan numerosa: su matrimonio fue prolífico, naciendo catorce hijos.

Él fue, asimismo, el creador de los primeros villancicos de Molina.
Le sucedió en la sacristía su hijo Antonio (Molina, 1848-1906), también organista, cantor y notario eclesiástico, cuya temprana muerte dejó a su esposa, Teresa, a cargo de seis hijos menores de edad, a los que sacó adelante, educó y proveyó que, tras la interinidad de un sobrino, Ángel Lacal Sandoval, ocuparan el trabajo de la sacristía y del órgano de la parroquia.
Sufrió mucho, pero esta madre luchadora se vio recompensada con el orgullo que sentía por sus hijos:
El mayor de ellos, Antonio (Molina 1895-1922) ya era sacristán cuando apenas tenía 16 años. Fue un verdadero maestro para sus hermanos. Todos se sentían unidos en la veneración por su madre, en la colaboración al servicio de la iglesia y en el aprendizaje de la música. Antonio fue un brillante cantor, creador de música religiosa y profana y organista, gracia a que en 1912 se recuperó el buen funcionamiento del órgano parroquial. También fue notario eclesiástico.
Con él comenzó a tener el piano el puesto privilegiado que siempre disfrutó en la casa: sus notas sonaban sin cesar; a sus acordes se cantaba y celebraban los acontecimientos familiares, los ensayos para la iglesia o el teatro. De ese piano saldrían muchas creaciones, como el Himno de la Virgen de la Consolación o el villancico “En mísero establo”; el aprendizaje para tantos que llegaban a pedir ayuda…; y el disfrute para amigos y conocidos que acudían a una casa que estaba siempre abierta para todos.
Le seguía Teresa, única mujer entre los hermanos, y que ayudó en el cuidado de la casa y la atención de sus hermanos.
Después, José Miguel, conocido como “Pepe Sandoval”, nacido en la Nochebuena del año 1900 mientras su padre cantaba la Misa del Gallo. Fue compositor de villancicos y de otras muchas obras musicales, como la zarzuela “La Virgen del Río”, a la que pertenecen el “Carracachá” y “De la Arboleja venimos a la fiesta del lugar”, que se han convertido en un signo de identidad de Molina.

El siguiente hijo fue Eduardo, el cantor, que añadía un sentimiento sorprendente a su magnífica voz de barítono. Ponía el alma en el canto que fluía de su boca en cualquier momento o por cualquier motivo. Y que ejerció ese esfuerzo en teatros, por la calle y ayudando a su hermano Juan en el canto de la parroquia de Molina y por muchos pueblos vecinos.
Juan (Molina, 1905-1998) al que hoy homenajeamos.
Y Pedro José, hábil intérprete del piano y del órgano, muerto en la Guerra Civil.
Todos los que fueron sacristanes contaron con la ayuda de la familia en el trabajo de la parroquia.
Hoy continúa mi hermano Pedro José, el hijo menor de Juan, ya jubilado como sacristán, pero colaborando en la parroquia como organista y con el canto.
Juan Sandoval Bernal tenía dos pasiones: la iglesia y la música, simbolizada en el órgano y en el piano, así como en su voz de tenor y la dirección del coro parroquial.
En su vida fue un hombre virtuoso, con disposición habitual a obrar conforme al sentido moral. Una cualidad que suponía un bien para él mismo y para los demás: fue una verdadera referencia en el ámbito social, reconocido y respetado por quienes le trataron. Supo guiar su vida de acuerdo con sus principios. Y fue honesto, cumplidor escrupuloso de su deber.
Vivió de su trabajo. Sobrio en sus costumbres, de conducta ejemplar, llevó con dignidad su papel de representante social de la parroquia.
A su lado estaba Pilar, su mujer, la madre de familia numerosa, siempre en segundo plano, que, como María, “guardaba estas cosas en su corazón”. Semejante a la mujer fuerte del libro de los Proverbios, podemos decir de ella: “¿Quién hallará una mujer digna? En ella pone su confianza el corazón de su marido. Ella le acarrea el bien todos los días de su vida. Se revistió de fortaleza, esforzó su brazo. Abre su boca con sabiduría y la ley de la clemencia gobierna su lengua. Y la alabó su marido. La mujer que teme al Señor, ésa será la celebrada”.
Pilar sufrió una larga enfermedad al final de su vida. En una recaída muy dolorosa, mi padre me dijo: “La mamá es una santa” …… Estas palabras volvieron a mi recuerdo aquel febrero de 1991, cuando al salir de su funeral por el pasillo central de la iglesia parroquial, oí de los labios de una mujer una conmovedora oración: “Pilar, ruega por nosotros”.
Y en aquel momento enmudeció el piano …..
Siete años después murió Juan, a la edad de 93 años. Murió en la Navidad. En las fechas entrañables en que sus villancicos, los creados por él mismo, los de su hermano José Miguel, los de su abuelo o los adoptados de otros lugares, recobraban vida y se convertían en imán que atraía a multitud de personas, a familias enteras, para vibrar con sus acordes, para soñar los niños con los pajarillos invisibles cuyos trinos sonoros complacían y llenaban de gozo; para sentir honda emoción con la cálida y portentosa voz de Eduardo, su hermano, que se expandía imponente por el aire creando la ilusión de estar al abrigo “de la bóveda celeste, de donde la estrella divina desciende para iluminar el pobre espacio que ha escogido por palacio el Niño Dios al nacer; ese mísero establo donde se escucha armoniosa la voz celestial de la Madre Virgen, que quiere dormir con tiernas canciones a su chiquitín”; y nos recordaba que “sí, sí el Hijo de Dios ya está aquí”.
Y murió en paz en la madrugada del 27 de diciembre de 1998. El día anterior, el último de su vida, fue un don concedido: la mañana transcurrió en el dolor de la agonía que anunciaba el desenlace inmediato. Estaba acompañado por sus familiares y muchos amigos. Se le administró el sacramento de la Unción de Enfermos ….
Hacia el mediodía experimentó una súbita y sorprendente mejoría, que se prolongó hasta entrada la noche. Recobró su proverbial lucidez mental y el buen humor con que agasajó a cuantos lo visitaron. Evocó recuerdos de toda su vida, de la familia, como un friso de despedida, con expresiones de cariño y alusiones a “su iglesia”. Cuando el cura volvió a visitarlo, le hizo una sencilla confesión de su fe, diciéndole con naturalidad: “Siempre he estado cerca del Señor”.
Fue dichoso en esas horas. Se encontraba en paz. Y dejó abierto el camino para que el dolor de su muerte quedara aliviado por la seguridad de haber dado un buen final a su vida.
Murió como había vivido.
En su funeral pudimos escuchar, emocionadamente, su villancico más querido, del que compuso la música con letra del tío Esmeraldo Cano: En mísero establo.

Y por la noche de ese día de su entierro, se celebró en el Salón de Actos del Instituto de Bachiller “Vega del Tháder” EL FESTIVAL CORAL DE VILLANCICOS DE MOLlNA. Allí tuve el honor de tributar unas palabras sobre él a los asistentes y coros que intervenían. Él fue quien dio vida a estas composiciones durante muchas décadas, dirigiendo el coro parroquial que las cantaba, tocando el órgano y cantando, a veces en dúo, como tenor, con su hermano Eduardo. Y fue emocionante la reacción del público.
Yo entregué el “Premio Juan Sandoval” otorgado por el Ayuntamiento de Malina de Segura a la mejor interpretación del Villancico de Molina que era obligado cantar por los coros participantes.
Y esa labor de continuar en la parroquia de la Asunción de Molina esta larga costumbre de celebrar la Navidad con los “Villancicos de Malina” (que no sería inexacto recordar como “Villancicos de la familia Sandoval”), se mantiene aún, actuando en el coro como organista el que sería el último sacristán de la familia, mi hermano Pedro, que ha disfrutado de la suerte de continuar esa labor de sus antepasados, creando el último y precioso villancico titulado “ALEGRÍA EN EL CORAZÓN”.
Y al poner estas letras a la luz en este espacio público, quiero añadir que también, como su abuelo, su padre y su hermano mayor, estuvo encargado del reloj de la villa, propiedad del concejo, que desde los años 80 del siglo XIX estuvo instalado en la torre de la iglesia parroquial, hasta que fue recuperado por el Ayuntamiento. Sería algo de interés volver a verlo en algún museo del pueblo. Fue este hecho, el nombrarle encargado del reloj lo que me abrió el camino a este tema. Así lo vemos en la Sesión ordinaria del Ayuntamiento celebrada el 22 de Octubre de 1922, en la que se puede leer entre los nombramientos que se hicieron, el que dice: Y Juan Sandoval Bemal, encargado del reloj, a partir del veintiséis de Junio último, en la vacante por fallecimiento de su hermano D. Antonio”.
Para terminar, quiero agradecer a mis amigas del Archivo Municipal de Molina la ayuda que tanto me dieron para dedicarme a buscar y aprender cosas de Molina.
José Miguel Sandoval García
Molina de Segura, 30 de Noviembre de 2022. »

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